El primer mercantilista
Barthélemy de Laffemas nació en Francia en una total pobreza que le obligó a mudarse a Navarra, donde conoció a Enrique de Navarra y se convirtió en su sastre personal, trabajo que cambió su vida para siempre cuando en 1589 Enrique fue hecho rey, convirtiéndose en Enrique IV de Francia. Este fue el inicio de la fortuna para Laffemas.
Con el paso del tiempo y sin merecerlo, el sastre del rey se ganó el título de “economista” y en 1601 llegó a ser inspector general de comercio y presidente de la Comisión de Comercio, cargo que desempeñó hasta la muerte de Enrique IV.
Enrique IV de Francia
Durante todo ese tiempo Laffemas escribió muchos tratados en favor del sistema mercantil, mismo que pretendía implementar en Francia. Sus propuestas mercantilistas se llevaron a cabo gracias a la creación de políticas económicas enfocadas en intervenir la comercialización de los metales, entre muchas otras.
La idea que fundamentaba su propuesta mercantilista era esta: “Cuanto más dinero de sus súbditos puedan amasar los reyes, tanto más ricos y poderosos podrán llegar a ser estos”, propuesta que también era muy atractiva para sus lambiscones.
Laffemas además aseguraba a los agricultores que no debían de preocuparse por la creación de industrias dado que estas pagarían mejores sueldos y también consumirían sus productos agrícolas.
Entre tanto, todo aquel que se opusiera a la visión de una Francia moderna era egoísta, ignorante y traidor; y sufriría la expropiación de sus bienes.
Laffemas y todos los mercantilistas estaban enamorados de la idea del pleno empleo (la cual, dicho sea de paso, es únicamente posible dentro de la economía de mercado o capitalismo). y de la erradicación de la holgazanería como medio para alcanzar su sueño.
El proteccionismo mercantil fue la forma por la que se aseguró la autosuficiencia nacional, obviando por completo los principios de economía básica. Los mercantilistas no comprendían que había países donde se fabricarían mejores productos de forma más eficiente y que esto tendría como resultado precios más accesibles para los franceses.
Un ejemplo de esto fue la industria de la seda en Francia, producto fabricado en oriente muy deseado por la burguesía. Laffemas insistía que el clima francés era propicio para el cultivo del gusano de la seda (algo que no era cierto).
Para lograr sus fines se propuso una ley que obligaba a todos los poseedores de tierras —incluyendo al clero— a plantar dos o tres moreras por acre. Así también se realizó una fuerte propaganda en favor de las propiedades mágicas de las moreras, diciendo que curaban dolores de muelas, desordenes estomacales y quemaduras, entre otros males.
El presidente de la comisión de comercio convenció al rey para que gastara miles de libras francesas en fomentar la producción y cultivo de moreras. Como podrán suponer, el experimento de la seda resultó siendo un gran fracaso rotundo desde su concepción en la cabeza de Laffemas, como así lo ha sido también casi todo lo que pretenden “administrar” los entes de gobierno.
Por razones obvias, Francia continúo siendo un importador de seda. El próximo, será el final...
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