Como mencioné con anterioridad, el mercantilismo nació en Francia y, como es obvio, todo aquello que no surge de la voluntad del hombre como libre decisión hay que imponerlo por la fuerza o por ley. Así, en el año 1545 los mercantilistas establecieron la política de “pleno empleo”, lo que sobre la mesa era igual a “trabajo forzoso”, obligando a todos los mendigos sanos de París a trabajar durante largas jornadas. Las mujeres que se negaron a trabajar fueron azotadas y sacadas de la Ciudad Luz.
Los mercantilistas crearon una campaña agresiva en contra de la “holgazanería” argumentando que era la gran enemiga del desarrollo francés. De esta forma los mendigos fueron perseguidos por ser considerados enemigos y traidores a la Corona, todo esto bajo la excusa de “incrementar la productividad nacional”.
La supresión forzosa, como era de esperarse, generalmente fue utilizada en la construcción de obras públicas de poco servicio a la comunidad y en la producción privada. Algunos testigos mudos de estos abusos, gastos excesivos y explotación laboral que vivieron los ciudadanos de París son el Castillo de Anet (construido entre 1547 a 1555); el ala Lescot del Palacio de Louvre, que hoy es museo (construido entre 1546 a 1556) y el Castillo de Fontainebleau (construido entre 1560 y 1570). Estas y otras obras fueron diseñadas y realizadas por los arquitectos burgueses allegados al gobernante de turno, siendo de beneficio único para los poderosos a expensas de los más desposeídos.
Después de la asamblea de 1576, el clero y los nobles solicitaron al parlamento de Francia que para evitar la holgazanería se prohibiera la importación de los productos hechos en el extranjero y la exportación de materias primas; así, los “mendigos holgazanes” podrían trabajar en la naciente industria francesa. El supuesto motivo era proteger la industria nacional y proveer de materia prima barata a los productores franceses, lo que, en términos generales, tendería a reducir costos de producción y bajar los precios. La tesis que se sostenía era que “se dejaba el dinero en casa”.
Cualquier persona que se atreviera a realizar actos en contra de las políticas económicas de la Corona o que negociara en el extranjero era perseguida con tal furia que esto podría costarle la vida.
Las políticas de persecución a empresarios no es nada nuevo. En la Francia del siglo XVII se desarrolló “la falacia de Montaigne”, la cual propone que la ganancia de una persona sea la pérdida de otra. Esto se hizo para desprestigiar a los que se dedicaban a actividades comerciales que estuviesen fuera del marco establecido por la Corona.
La burguesía y el clero, viendo que sus ganancias podrían ser superiores, sugirieron a los reyes que se prohibiera y expulsara de territorio francés a los empresarios e inversionistas extranjeros, petición no fue recibida de buena forma ya que históricamente y desde tiempos muy remotos el dinero extranjero siempre ha sido tan bueno y a veces mejor que el dinero nacional. Esto es algo que sabía muy bien la Corona, por eso los reyes no aceptaron la propuesta. Continuará...
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