Comprendo muy bien el desconsuelo, el desánimo, la desesperación y la desesperanza que a muchas personas les provoca la situación actual del país. Estar enfrentando una pandemia sin trabajo, sin ingresos, con penas económicas, sin apoyo del sistema de salud, sin vacunas y, lo que es peor, sin una respuesta clara y mucho menos próxima que dé solución a todos esos problemas.
No pienso que manifestar el descontento sea una solución, especialmente porque no creo que los verdaderos motivos que convocan a la manifestación sean los que realmente se han expuesto; sin embargo, considero válidas las exigencias que mueven a los guatemaltecos a expresar su descontento.
Con lo que no estoy de acuerdo ahora —y nunca lo he estado— es con que las personas crean que su derecho a estar indignados también les dé derecho a violentar los de otras personas, quienes, seguramente, podrán compartir sus molestias, pero que han decidido no participar en manifestar su inconformidad. Se puede ver que este era el caso de la gran mayoría de guatemaltecos respecto al paro de la semana pasada, pues, de hecho, todas las imágenes vistas demuestran que la convocatoria fue mínima y escueta, exceptuando el caso de los 48 cantones de Totonicapán, donde se mostró una verdadera organización de la comunidad.
Lo simpático —y hasta tierno a la vez— es la incapacidad de las personas de ver la contradicción de sus actos. Por un lado exigen al gobierno que les dé salud, vacunación, medicinas, vivienda, habitación, alimentación, educación, trabajo y un interminable etcétera. Pero por otro salen a manifestar cuando el gobernante, no importa quién sea, no les da lo que tanto exigían. Y esto tiene una razón de ser: se llama problema económico. No hay suficientes recursos disponibles en Guatemala ni en el mundo para cubrir las necesidades individuales de todas las personas. Es por ello que la administración pública únicamente debe dedicarse a dar, dentro del principio de igualdad, lo que puede darles a todos los ciudadanos por igual: seguridad, certeza jurídica y seguridad ciudadana, esta última por medio del Ejército de Guatemala hacia el exterior de las fronteras del país; y la Policía Nacional Civil al interior. Cualquier otra exigencia nunca podrá ser cumplida ni satisfecha.
Ahora, si las personas pensaran un momento de forma racional, podrían apreciar que, al menos en 35 años de vida democrática, nunca ningún presidente ha podido ni podrá solucionar los problemas que las personas esperan que un gobierno solucione; sin embargo, irónicamente salen a manifestar pensando que así, de forma mágica, lo que nunca se ha hecho, será solucionado por alguien más. Nada más contradictorio que pedirle al problema que solucione el problema.
Las personas deberían de comprender que la solución a esta pandemia y a cualquier otro tipo de problema está en la autodeterminación de cada uno, en las acciones que una persona tome, en decidir cambiar un estado de insatisfacción por otro que lo lleve a un mejor nivel de vida. ¿Y eso cómo se consigue? Trabajando. Es la única forma en que el ser humano ha podido desarrollarse, no hay otro camino.
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