Por Juan Carlos Luna Aguilera
Hace algunos días plantee la primera razón por la cual el incremento al salario mínimo causará inflación. Posteriormente, en una interesante casualidad de la vida, el ministro-bachiller Jonathan Menkos, en conferencia de prensa, presentó un ejemplo del porqué —según él, por supuesto— el incremento al salario mínimo “será de beneficio para la gran mayoría de guatemaltecos”; sin embargo, el ejemplo presentado por Menkos pareciera sacado de los más profundos abismos del pensamiento keynesiano en Teoría general del empleo, el interés y el dinero, libro publicado originalmente en 1936 por John Maynard Keynes; y el cual, dicho sea de paso, el gran Friedrich August von Hayek en repetidas oportunidades destruyó con argumentos brillantes.
Haré un pequeño resumen para que se comprenda el origen de las discusiones entre Hayek y Keynes: Hayek argumentaba que uno de los problemas de la economía era la distorsión que, por ejemplo, el dinero fácil —o sea, entiéndase para este caso: aumento al salario mínimo— provocaba al ser introducido en el mercado sin haber sido generado o creado por algún agente económico como lo son la producción o la inversión en bienes de capital. Y por su lado, Keynes decía que había que inyectarle dinero a la economía para que hubiese más gasto y, con ello, más “derrame económico”, con lo que se alcanzaría a los más necesitados.
O sea, Jonathan Menkos vino a repetir la misma equivocación que Keynes ya había dicho el siglo pasado. ¿Por qué es una equivocación? Ya veremos por qué.
Menkos cree que con el aumento al salario mínimo se “beneficiará” a la población. En la mencionada conferencia de prensa, el ministro-bachiller mencionó que el trabajador, al disponer de más dinero, podrá comprar más tortillas; lo cual beneficiará a las ventas de tortillas; y entonces las ventas de tortillas beneficiarán a los vendedores de maíz; y las ventas de maíz a los productores; y así sucesivamente, según él, hasta el infinito. Y qué fácil y bonito suena, ¿no? Pero lamentablemente Menkos y todos los seguidores del pensamiento keynesiano morirán engañados. Porque si la realidad fuera tan fácil y simplista como su lógica, ¿entonces por qué no decretar aumentos de salario todos los meses?
Y es que justamente ese es el verdadero problema: al haber más dinero circulando —me refiero a dinero que no ha sido creado por el mercado, ya sea producido o invertido— se genera una distorsión que recae nuevamente en la alteración del costo de la vida.
Recordemos que en el artículo anterior ya habíamos dicho que los precios de un determinado producto o servicio se forman con base en los costos de producción, el precio de la competencia y su nivel de escasez en el mercado; de tal modo que el empresario debe ajustar la disposición de sus productos o mercancías, regulando sus inventarios a través de los precios. Si el producto tiene mucha demanda, obviamente aumentara el precio, esto con el fin de regular el flujo de su inventario. En los países socialistas, por ejemplo, la demanda se regula por medio de colas, cuotas o tarjetas de racionamiento.
Entonces retomemos el ejemplo simplista de Menkos para demostrar lo equivocado que está: resulta que cuando haya muchas personas comprando tortillas —digamos, porque les aumentaron el sueldo mínimo—, las tortillerías deberán comprar más maíz para abastecerse, provocando que haya mucha demanda y/o escasez; y que, por consiguiente, el precio del maíz suba. Y al subir el precio del maíz, ¿qué harán las tortillerías? Lo más obvio: subir el precio de venta de las tortillas. Y adivine usted, querido lector, quién pagará ese precio.
Y cuando las tortillas suban, ¿de qué le habrá servido entonces al trabajador le hayan subido el sueldo mínimo de gratis? De nada.
Para entender esto hay que comprender una verdad económica: los productores siempre se están disputando los precios de las materias primas. Si el maíz un día subió de precio porque las tortillerías están comprando más, los productores de tamales, ante la posible escasez, también demandaran más maíz, haciendo que el agricultor no tenga suficiente cosecha para abastecer a todos y que, por lo tanto, tenga que vender su maíz al que se lo pague mejor; o que es lo mismo: al que lo pague más caro.
Y como si se tratara del juego de la papa caliente, nadie querrá quedarse con ese aumento de precio en las manos, por lo que al final tendrá que pagarlo el último eslabón de la cadena económica en el precio de venta: el consumidor final.
Así que, como vemos, los que ingenuamente creyeron provocar un “beneficio” con el aumento del salario mínimo en realidad terminaron creando todo lo contrario: un problema que más temprano que tarde nos afectará a todos. No solo a quienes les aumentaron el salario, sino a todos por igual.
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