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La ignorancia es atrevida

Foto del escritor: Juan Carlos LunaJuan Carlos Luna

Actualizado: hace 2 días

CAFÉ AUSTRIACO

14-5-2024

Por Juan Carlos Luna Aguilera


No puedo encontrar un término que se aplique bien a lo que deseo compartir con ustedes hoy porque sorprendente, simpático, triste, decepcionante y muchos otros se quedan cortos y no alcanzan a describir mi sentimiento ante el avance de la ignorancia y la falta de intelecto mínimo y necesario para articular conocimiento, no digamos proponer algo nuevo, pues eso ya resulta mucho pedir.



Hoy las nuevas generaciones —y también las “no tan nuevas”: en algunos casos más de lo que desearía admitir— hacen gala de su ignorancia; y si bien el individuo no es un absoluto que lo sabe todo y por naturaleza es desconocedor en muchas materias, el problema más grave que la ignorancia —y lo que realmente me molesta— es el júbilo con el que exponen abiertamente y sin tapujos el desconocimiento abismal que tienen de uno u otro tema. Pareciera que a estas alturas siguieran valorando mucho el dicho de las abuelitas: “Suerte te dé Dios, hijo, que el saber nada te importe”. Lamentable y triste, pero cierto.


Hoy cualquier tonto, ignorante o entusiasta con iniciativa tiene la posibilidad de expresar a todo el mundo su odio, resentimiento, envidia, amargura o cualquier otro oscuro sentimiento que lo motive a exponerse en las redes sociales. Y ojo: defenderé a capa y espada ese derecho porque es el fundamento de la libertad, eje principal sobre el que se deben establecer los principios republicanos de gobierno y que a la vez son los cimientos del Estado de Derecho que protege los derechos inherentes al ser humano, garantizando la protección a la vida, la libertad y la propiedad; de ahí en más, que cada uno haga y diga lo que quiera.


Y aunque ahora pareciera que me contradigo —y en cierto punto puede ser: no dejamos de ser ese “hombre en busca de sentido” que describiera Viktor Frankl en su obra homónima—; lo que me decepciona es la poca o nula utilización de la materia gris y la falta de honestidad intelectual para argumentar (o incluso para no hacerlo si no se tiene idea de lo que se está diciendo).


Hoy en día tan solo se necesita creer en algo, pues lo de buscar, pensar, investigar y, no digamos, analizar; está quedando cada vez más obsoleto para quienes, en un fin práctico, lo único que necesitan es insultar, demeritar y desprestigiar. Por lo tanto, para el pequeño cerebro de quien vocifera ignorancia pura en redes sociales, creer a la primera y sin indagar más a fondo le resulta suficiente. Y si esa información —o sea, la que ese individuo decide creer y él mismo reproduce y masifica sin cuestionar— provoca mucho odio, más gritos y más insultos, entonces a él le parecerá que está bien fundamentada y que todo tiene sentido.


Triste realidad, pero así son las cosas.


Parafraseando a Axel Kaizer en su libro La neo-inquisición, la tecnología ha dado la herramienta perfecta a las hordas de tontos útiles para replicar mensajes vacíos. Yo a este problema le añadiría además el elemento fundamental que seduce a los ignorantes ilustrados: el anonimato. O siendo más específico: el poder de decir cualquier cosa, insultar y vociferar escondidos tras perfiles falsos en redes sociales; y de la mano de ello, el gran auge de los netcenters.

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