Por Juan Carlos Luna
No cabe duda de que muchas personas están muy entusiasmadas con las habilidades diplomáticas del presidente Bernardo Arévalo, que van desde el conocimiento de otros idiomas hasta su experiencia en el campo de la diplomacia internacional. Lo cual está muy bien, siempre y cuando esos conocimientos se pongan al servicio de las necesidades y urgencias que hay actualmente en el país.
Varios guatemaltecos están emocionados con el reciente viaje del presidente Arévalo y su comitiva a Europa, pero el viaje será tan relevante como los logros obtenidos a corto, mediano y largo plazo; pero si todo termina siendo, como dirían los amigos colombianos, “un chorro de babas”, entonces vamos por mal camino.
Realmente considero que la inversión en materia económica no se puede atraer desde el ámbito político y más bien debe ser atraída desde el único campo de interés de los empresarios: el jurídico-económico. Y lamentablemente, en Guatemala, estos dos temas tienen una amplia correlación porque la economía se mueve por las leyes, lo cual viéndolo desde el punto de partida se trata de una situación muy desafortunada: hoy lo podemos ver, por ejemplo, con la promoción de la lamentable “Ley de competencia”, entre muchas otras. Una ley que promueve la competencia es un sinsentido.
Pero bueno, regresemos a los viajes del presidente Arévalo. Según él, su viaje tuvo como finalidad, entre otros asuntos, invitar a empresarios extranjeros para que inviertan en Guatemala, lo cual de entrada se trata de un mal negocio si hacemos un simple análisis financiero del viaje de Arévalo y su comitiva respecto a las inversiones extranjeras que vendrán al país como resultado de ese viaje: estoy más que seguro que el resultado será un rotundo fracaso. ¿Y por qué me atrevo a aseverar esto? Pues muy sencillo: a los empresarios —y me refiero a los verdaderos empresarios— lo que les interesa para sus inversiones es la seguridad, la estabilidad jurídica y la estabilidad económica; y en Guatemala no tenemos ninguna de las tres.
Sé que haber dicho esto encenderá las alarmas de los miembros del club de neuronas solitarias y empezarán con su pobre y ridículo discurso de “Tu análisis es muy simplista”; pero si tuvieran una que otra neurona de más, entenderían que no me equivoco. Es fácil y comprensible ver que ningún empresario, ni siquiera los mismos guatemaltecos, se arriesgan tan fácilmente en invertir dentro de un ambiente tan hostil para desarrollar una actividad económica; y mucho menos lo hará un extranjero arriesgando su capital con tantas externalidades en contra. El riesgo es demasiado grande y la inversión no se dará.
Ahora bien, si los politiqueros en Guatemala fuesen medianamente serios y responsables, no llevarían a cabo viajes para probar suerte o sin resultados, por lo menos, medianamente garantizados; dado que debemos recordar que esos viajes los pagan especialmente los más pobres en Guatemala y luego los verdaderos héroes de este país: la gran clase media, que es donde descansa la esperanza económica de la nación; el sector económico donde nos encontramos casi todos en el país de la eterna primavera.
Interesante sería saber cuál fue financieramente el precio del viaje del presidente Arévalo y su comitiva a Europa; y de cuánto será el retorno para el país en beneficios económicos de inversión, desarrollo, creación de puestos de trabajo, reducción de pobreza y, especialmente, disminución del precio del dólar frente al quetzal.
Ah, pero no: eso no lo veremos, ya que la intervención del dólar es el mayor lastre que posee la economía nacional y, obviamente, el principal commodity de la economía jamás entrará en un libre mercado.
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